jueves, 7 de enero de 2010

Amelia Earhart, la reina del aire




Cuando el avión de Amelia Earhart levantó el vuelo en Lae, en Papúa Nueva Guinera. apenas quedaban 11.000 km para finalizar una ruta de 47.000. Aquel día, 2 de julio de 1937, la meteorologia en el Pacífico no era muy favorable, pero la aviadora había volado en peores condiciones. Su destino era la pequeña isla Howland, la penúltima parada de un viaje en el que por primera vez una mujer iba a culminar la vuelta al mundo. Sin embargo, algo ocurrió bajo las nubes. El aeroplano desapareció misteriosamente en algún punto del océano. Nunca más se volvió a saber de ella.

Una afición precoz

Nacida casi cuarenta años antes en Atchinson, un pequeño pueblo de Kansas (EE UU), en el seno de una familia acomodada, Amelia descubrió su entusiasmo por el cielo el 28 de diciembre de 1920, cuando su padre la llevó a un aeródromo en California y subió a un aparato por primera vez. Aquellos diez minutos en el aire cambiaron su vida. Una semana después empezó a tomar clases de vuelo con la piloto Anita "Neta" Snook, una de las pioneras de la avión en esu país. Y en tan solo seis meses se compró su primer avión, de segunda mano, al que llamó Canary. Con él no tardo en alcanzar los 4.267 m de altura, un récord mundial en categoria femenina. Eran grandes tiempos para la aviación. La reciente guerra muncial habia convertido esta práctica en sinónimo de superación y símbolo del progreso gracias a nombres como el del alemán Manfred von Richthofen, más conocido como el Barón Rojo, o el del francés René Paul Fonck, dos ases en el derribo de aviones enemigos. A esa carrera frenética Amelia sumaba otra muy personal: "Las mujeres deben intentar las mismas cosas que han intentado los hombres. Cuando ellas fallan, su fracaso debe ser un reto para otras", dijo en una ocasión en defensa de los derechos de la mujer.

Despegue a la fama

La euforia se desató a ambos lados del Atlántico el 21 de mayo de 1927, cuando otro norteamericano, Charles Lindbergh, alcanzó París 33 horas después de abandonar Nueva York. Era el primer vuelo transatlántico sin escalas, y su artíficie, ya un heroe mundial. Un año después, el publicista y editor George P. Putnam propuso a Amelia repetir la hazaña. En realidad ella sería la copiloto de dos expertos aviadores y se ocuparía del diario de a bordo. Sin embargo, tenía en sus manos la oportunidad de cumplir otro de sus sueños y el publicista, de convertir a Amelia en un icono de la aviación.

Su Fokker F7 Friendship despegó el 17 de junio del este de Canadá y aterrizó en Gales al cabo de 20 horas y 40 minutos. La ruta elegida era algo más corta que la de Lindbergh, pero también sin escalas. Fue todo un éxito. Dos días más tarde, Amelia, gran reclamo promocional como primera mujer en sobrevolar el Atlántico, fue recibida por una multitud en un desfile por las calles de Manhattan y por el presidente Calvin Coolidge en la Casa Blanca. Fue el desencadenante de la fama.

La joven inició una gira de conferencias, publicó varios libros y se convirtió en marca para prendas de ropa, maletas y cigarrillos. A partir de ese momento, su nombre se asoció también a la lucha feminista en su país, una empresa en plena efervescencia tras la consecución del sufragio ocho años antes. Se involucró, por ejemplo, en el nacimiento de una asociación de mujeres piloto, The Ninety-Nines, que aún hoy promueve el compañerismo entre aviadoras. Además, mantuvo su apellido de soltera tras casarse con Putnam, en 1931, y nunca dejó de reivindicar sus ideas liberales sobre la fidelidad conyugal. Para ella, el matrimonio era una asociación en que marido y mujer tenían las mismas responsabilidades.

Sin embargo, lo que deseaba era repetir el éxito de Lindbergh, pero no como comparsa de un varón, sino como piloto principal. En 1932 se lanzó a la aventura dispuesta a ser la primera en conseguirlo. Problemas mecánicos la obligaron a aterrizar en Irlanda, pero ello no impidió que se reconociera y premiara su gesta: el Congreso norteamericano le otorgo la Cruz de Vuelo y la National Geographic Society, la Medalla de Oro.

A las puertas de un sueño

Ahora se perfilaba ante ella una nueva ambición: dar la vuelta al mundo. Nadie se había atrevido a emprender un vuelo de semejante envergadura siguiendo la línea del Ecuador. La piloto y su navegante, Fred Noonan, partieron de Miami el 1 de juno de 1937 y el 29 de aquel mismo mes aterrizaron en Lae, en Oceanía. Desde allí tenían planeado viajar a la isla Howland, la ultima parada previa al a gloria, a 4.113 km de distancia. Era la etapa más larga, pero las reducidas dimensiones del punto de destino (2,5 km de largo por casi uno de ancho) obligaron a aligerar el avión y a servirse de la ayuda de la armada estadounidense, que colocó varias de sus naves como posicionadores de ruta. Amelia iba indicando su trayectoria hasta que algo falló. "Estamos en posición 157-337, repito el mensaje..." Pero la señal, emitida el 2 de julio a las 8.44 h, dejó de percibirse.

Durante más de quince días se rastrearon 250.000 millas cuadradas de océano en vano, en una operación que costó cuatro millones de dólares. Se especula que el aparato cayó al mar tas quedarse sin combustible, aunque hay quien cree que aterrizó en un atolón de coral llamado Nikumaroro y que sus ocupantes fallecieron allí. Amelia pensaba retirarse tras aquella aventura.