viernes, 31 de julio de 2009

Charles Lindbergh y "El Espíritu de San Luis"


20 de mayo de 1927, después de varios tumbos por la pista de despegue en el aeródromo Roosevelt de Nueva York, el “Espíritu de San Luis” (Spirit of St. Louis) logra alzar el vuelo. Faltaban tan solo unos minutos para las ocho de la mañana y comenzaba un viaje histórico: el primer vuelo transatlántico, en solitario y sin escalas, desde Nueva York hasta París.

A los mandos de aquel avión iba Charles Lindbergh. El vuelo comenzó sin sobresaltos y todo fue perfectamente hasta que el cansancio y el sueño comenzaron a hacer mella en nuestro intrépido piloto. Después de ocho horas de vuelo mantenerse despierto y atento comenzaba a ser un reto considerable. A las once de la noche el frío y el sueño eran un peligro real y palpable, y a pesar del primero, Lindbergh decide mantener abiertos los ventanucos del avión para evitar el segundo, que de abatirlo, le llevaría al fondo del océano. De todas formas, un duermevela es inevitable y no del todo peligroso a más de 2.000 metros de altura. La minúscula cabina en la que no se pueden estirar brazos ni piernas, no ayuda mucho a relajarse y descansar.

Han pasado veintiséis horas y Lindbergh divisa tierra, que identifica como Irlanda. Las horas finales se acercan, siendo el vuelo más agradable sobre tierra que sobre kilómetros y kilómetros de océano. El 21 de mayo de 1927, a las cinco y veintidós minutos, aterriza en París, en el aeródromo de Le Bourget. Treinta y tres horas y media de vuelo. Lo había conseguido.

Este es el famoso vuelo del “Espíritu de San Luis”, un avión de 2,3 toneladas de peso, modificado expresamente para aquel viaje. Esta es la historia de Charles Lindbergh, un estadounidense que decidió embarcarse en aquel reto en forma de concurso que le reportó fama, 25.000 dólares como premio y un lugar en la historia. En 1954 ganó el premio Pulitzer por el relato en el que contaba su hazaña.

miércoles, 29 de julio de 2009

Ramses II - Gigante, pelirrojo y muy soberbio


Es, posiblemente, el farón más importante de la historia egipcia; tanto por los hitos de su longevo reinado como por su espectacular legado constructivo. Ocupó el trono durante 66 años jalonados por notables avances administrativos y culturas, así como por victoriosas campañas bélicas que todavía se toman como ejemplo.

Una calurosa tarde de comienzos del siglo pasado, el eminente anatomista y arqueólogo australiano Grafton Elliot Smith y su equipo de ayudantes despegaba la última banda que cubría la recién descubierta momia de Ramsés II. Después de treinta y dos siglos, el cuerpo de quien había sido el Dios Viviente de Egipto mostraba su desnudez al mundo. Los circunstantes, planamente conscientes del momento que estaban viviendo, observaban con una mezcla de admiración y respeto aquello restos consumidos pero todavía bien reconocibles y –lo que era mejor- susceptibles de ser analizados. En ese momento, ante los ojos de los científicos, el brazo derecho de la momia hizo un brusco movimiento de llamada y el emocionado silencio se deshizo en un estallido de exclamaciones de horror y de carreras. Los tendones, libres por fin después de permanecer tres milenios forzados por las vendas, se habían contraído mecánicamente y el inesperado movimiento provocó entre el corro de científicos el mismo reflejo de pavor que hubiera provocado en unos colegiales.

El último gesto del faraón había sido consecuente con su historia: también los gestos que hizo en vida hicieron temblar a los hombres. Cuando Grafton Smith y su equipo digirieron el susto y prosiguieron el trabajo, se encontraron ante el cadáver de un hombre dotado de un físico extraordinario para su tiempo. La encorvada momia medía más de 1,70 m, lo que le hacía pensar que en vida debió de tener una estatura en torno a 1,90 m, absolutamente inusual en su época. Considerando que había sobrepasado los 90 años cuando murió, es indudable que en su juventud, revestido de su atavío de gala y tocado con la corona doble, su presencia debió de ser imponente. De modo que no sólo fue un gran faraón, sino también un faraón muy grande. El concienzudo trabajo de los embalsamadores reales nos ha permitido conocer muchos otros detalles físicos de su persona. Tomando sus cuidadosas observaciones del natural –o sea, de la momia misma-, el gran egiptólogo francés Maspero describió a Ramsés de esta manera: “…la cabeza es alargada y pequeña en relación al cuerpo. La parte alta del cráneo está completamente calva. La frente es baja y estrecha, con un prominente arco superciliar. Las cejas, muy pobladas y canosas; los ojos, pequeños y juntos; los pómulos, muy pronunciados. La nariz es larga, fina y ganchuda; las orejas están muy separadas del cráneo y lucen perforaciones para llevar pendientes. La mandíbula es fuerte y recia; la boca, pequeña pero de labios gruesos”.

Así es físicamente el hombre que dirigió durante 67 años los destinos de Egipto. Habida cuenta de que la esperanza de vida en aquella época no rebasaba los 23, esto significa que Ramsés reinó sobre tres generaciones sucesivas de súbditos, y que al final de su faraonato quedarían muy pocos que recordasen el día de su coronación. Por otro lado, semejante longevidad debía de tener un significado especial. Nadie vivía tanto sin un apoyo especial por parte de las divinidades. Tal vez aquel faraón no llegase a morir nunca. Tal vez era inmortal. Tal vez era un dios.

Un faraón arquitecto, con muchas virtudes y sin defectos públicos

Coherente con esa idea, al final de su reinado Ramsés II se hizo proclamar Dios Viviente en el templo de Abu-Simbel, una de sus construcciones más extraordinarias. Una de las muchas, porque considerando su vigor constructivo, las colosales riquezas que invirtió y el tiempo que permaneció en el poder, apenas hay un espacio arqueológico egipcio donde falte su nombre, a menudo inscrito entre alabanzas tan hiperbólicas que bordean lo ridículo.

De su carácter sólo pueden hacerse conjeturas. Hay mucho material sobre lo que hizo, tal vez incluso demasiado para obtener un resultado indiscutible. La información juega a veces malas pasadas y, por excesivamente abundante, llega a ser contradictoria. Además, es imposible encontrar una reseña del menor de sus defectos centre la masa abrumadora de textos que celebran su grandeza. Para entender las líneas generales de su conducta, hay que abrir la mirada y colocar su colosal figura contra el paisaje del mundo en que vivió. Ramsés II fue el tercer faraón de las XIX dinastía, fundada por su abuelo Ramsés I en el año 1320 a.C. La dinastía anterior había perecido como resultado de la revolución desencadenada por Akhenatón, el faraón místico y hereje que había osado enfrentarse con las castas sacerdotales egipcias proclamando una nueva religión, monoteísta para más escándalo. Durante su reinado, las tensiones internas había sido demasiado fuertes y los enemigos exteriores las habían aprovechado con usura. Los problemas en las fronteras del país se habían multiplicado; los hititas en el Norte y los nubios en el Sur parecían haber perdido definitivamente el respeto a los ejércitos egipcios. Tras un par de faraones intrascendentes –uno de ellos Tutankamón, nos reglaría el tesoro de su tumba inviolada-, se hizo con el poder un general de origen norteño llamado Paramesu, que inauguró una nueva dinastía adoptando el nombre de Ramsés I.

Era ya un hombre viejo cuando se vio en el trono, de manera que gobernó en compañía de su hijo Seti, quien tampoco era joven y que, a su vez, asoció al poder a su hijo Ramsés, el cual ya era padre de cuatro hijos (llegaría a tener 138) y comandaba grandes ejércitos a los dieciséis años.

Cuando murió Seti y se ciñó la corona Ramsés II, llegó al trono un joven que, en contra de lo sucedido con su abuelo y con su pare, faraones accidentales, había sido educado para ser monarca absoluto, indiscutido e indiscutible. Y también un gran militar, porque los gobernantes de la nueva dinastía habían aprendido muy pronto que su verdadera fuerza y legitimidad residía en el control efectivo directo de las fuerzas armadas. En cuanto a los espiritual, visto lo ocurrido recientemente con Akhenatón, quedaba claro que era menester conducirse por la senda de la ortodoxia más estricta para no malquistarse con el clero. Teniendo en cuenta todo esto, Ramsés estaba abocado a convertirse en presa fácil de lo que se llamaría más tarde la soberbia regia. Para un ciudadano del siglo XXI no resulta fácil imaginar despertarse cada mañana durante 67 años en el pellejo del individuo más poderoso del mundo. Y qué poder. Comparado con el de Ramsés, el que ejerce su homólogo actual, el presidente de los Estados Unidos, mediatizado por jurisprudencia, elecciones, opinión pública y medios de comunicación, es risible. Parece que algo hemos avanzado, al fin y al cabo.

El estratega militar que logró apuntarse una victoria histórica


La tarea más urgente que esperaba al nuevo faraón era restaurar el prestigio militar de Egipto ante sus pertinaces enemigos del Norte, “los viles hititas”, como siempre los llaman los textos egipcios. Al quinto año de su coronación, Ramsés se puso al frente de una expedición que debía recuperar la plaza fuerte de Kadesh, un enclave fronterizo estratégico que los egipcios habían tomado más de una vez para volverlo a perder en cuanto el grueso de las tropas se retiraba dejando una guarnición. Aquella expedición se convertiría en legendaria por un sinfín de razones. Culminaría en la primera gran batalla de la Edad Antigua de la que se tienen notícias acerca del movimiento estratégico de las fuerzas en combate. De modo que aún hoy día sirve de prólogo al estudio de las grandes campañas históricas en las escuelas militares del mundo.

Según las diversas narraciones que se conservan inscritas en piedra en monumentos alzados por Ramsés, el propio faraón intervino en el combate internándose él solo en las filas enemigas y peleando sobre su carro con fiereza y arrojo, lo cual supuso la legitimación definitiva de la nueva dinastía. Sin embargo la realidad fue muy diferente a cómo se contó al pueblo. Y es que la propaganda ya había comenzado a funcionar en aquel tiempo. Al margen de la versión oficial del combate, que lo describía como una inmarcesible victoria del faraón, la contienda se saldó con un empate técnico que a punto estuvo de convertirse en un desastre para las armas egipcias. Los 2.500 carros hititas, extraordinarias máquinas de guerra muy perfeccionadas tecnológicamente para la época, se bastaron para neutralizar a los egipcios, sin necesidad de que el caudillo hitita Matallu hiciera intervenir a los 10.000 infantes que acompañaban a los carros y que habían acampado al otro lado del río Orontes. Aún se ignora el motivo de que los retuviera.

De no haberlo hecho, es seguro que la Historia Universal hubiese dado un vuelco. La consecuencia final fue un tratado de paz entre Ramsés y Mutallu, el primero que conocemos. Además de un compromiso bilateral de no invasión, incluye un convenio de asistencia mutua que, por lo que toca a los hititas (los términos eran idénticos para los egipcios), reza así: “Si un rey enemigo invade el país de Ramsés II y el faraón escribe al gran rey de los hititas pidiendo ayuda, el gran rey de los hititas irá y matará a los enemigos del faraón. Y si al gran rey de los hititas no le apetece ir personalmente a combatir, mandará a su ejercito y sus carros para matar a los enemigos del faraón”. El tratado aliviaba al Estado egipcio de las irritantes y pertinaces incursiones hititas, de modo que Ramsés se vio con las manos libres para desarrollar su pasión constructiva, que era otra forma de asegurarse el paso a la posteridad, una de las compulsiones a que arrastra fatalmente la soberbia regia.

Los templos dedicados a los monarcas, una colosal expresión del poder faraónico.

Como ya dicho, Ramsés II fue sin duda el mayor promotor de obras públicas que conoció Egipto y el que movió más tonelaje de piedra, lo que es mucho decir en el país de Keops. Pero además, la incesante construcción de templos y edificios religiosos le permitía disfrutar del favor de la casta sacerdotal que acababa de recibir la bofetada de Akhenatón y que, en el fondo, seguía desconfiando de aquella nueva dinastía de militares norteños siempre sospechosos de contaminación con las religiones de los pueblos limítrofes. De hecho, durante su reinado se abrieron discretamente las puertas a otros cultos en la sagrada tierra de Egipto, y se permitió la asimilación de deidades foráneas a las egipcias, de manera que el dios Baal fue visto como el Set cananeo, y Astarté como la homóloga de Hathor.

Las edificaciones religiosas promovidas por Ramsés serpentean a lo largo del cauce del Nilo. Comienzan en el delta y se encuentran hasta la linde con Nubia, y algunas son sencillamente incomparables. Su descripción ocupa páginas enteras en los manuales, pero las dos indiscutibles joyas arquitectónicas son la gran sala hipóstila de Karnak y los templos de Abu-Simbel.

Karnak, que junto a Luxor era parte de la vieja Tebas, vio alzarse durante su reinado (o mejor dicho completarse, ya que los primeros trabajos habían sido emprendidos por su padre Seti) el alucinante templo consagrado a Amón, de 30 hectáreas de superficie, uno de los recintos sagrados más impresionantes de todos los tiempos. La sala hipóstila reúne sobre una superficie de menos de 6.000 m2 un conjunto de 134 columnas, 12 de las cuales, las que forman el gran pasillo central, tienen un perímetro de 15 m y una altura equivalente a un edificio actual de ocho plantas. Todas ellas están cubiertas de jeroglíficos que, en su día, estuvieron pintados de diversos colores.

En la frontera Sur, a las puertas de Nubia, los arquitectos de Ramsés desarrollaron un concepto diferente: el templo excavado en el interior de la roca. En Abu-Simbel se trataba de vaciar, no de amontonar. El esfuerzo de obreros y esclavos se tradujo en un par de templos maravillosos dedicados al Rey y (por vez primera en Egipto) también a la reina o esposa principal, Nerfertari, a la que Ramsés amaba con pasión.

También construyó ciudades enteras. La atención que requería la frontera Norte le impulsó a edificar su capital (Pi-Ramsés) en la zona del delta, región de la que procedían sus antepasados. Parece ser que, con el tiempo, se aburrió del poder y fue delegando cada vez más funciones en sus hijos y sus hombres de confianza hasta cumplir los 90 años.

Fortaleza y perdurabilidad de la institución imperial faraónica

Para entonces, aunque prodigiosamente vivo, y todavía convertido en dios, no era sino un anciano achacoso que sufría fuertes dolores de espalda causados por la artrosis de la columna vertebral, dolores que aplacaba consumiendo grandes dosis de infusiones de corteza de sauce, o sea, del mismo principio activo (ácido salicílico) que constituye nuestra aspirina.

Pero antes de que lo venciera la edad y lo aniquilase la muerte, demostrando que ni siquiera él podía escapar al destino común, Ramsés había encarnado la gloria de Egipto como ningún otro de sus predecesores, y eso que lo faraones ya llevaban por entonces dos mil años relevándose en el trono. Aunque hay grandes dudas sobre los verdaderos orígenes de ambas, la institución imperial faraónica fue, junto a la china –que aguantó desde el siglo XVI a.C. hasta la revolución comunista y quién sabe si aún perdura bajo otro envoltorio-, la más duradera de la historia de la humanidad. Cuando la tumba de Ramsés II, que llevaba esperándole más de 50 años, fue sellada, aun faltaba otro milenio para que se sellara la del último de los faraones egipcios.

martes, 21 de julio de 2009

Anécdotas y curiosidades históricas-1




Los solteros en Esparta
En Esparta el adulterio estaba permitido a las mujeres, siempre y cuando el nuevo amante fuera más alto y fuerte. Por otra parte, si a los 30 años un espartano seguía siendo soltero, perdía el derecho de sufragio y no podía asistir a festejos.

Las orejas en la Batalla de Legnitz
En la Batalla de Liegnitz, también conocida como la Batalla de Legnica, en 1241, guerreros polacos y alemanes, junto con caballeros de órdenes militares, de la orden teutónica, intentaron evitar la entrada de los mongoles en Europa. Tras la batalla los mongoles cortaron las orejas a todos los muertos y heridos europeos, consiguiendo nueve sacos de orejas.

¿Mejor dotados? Florentinos contra venecianos
En una discusión entre florentinos y venecianos durante el Renacimiento, el tema de la misma fue derivando hasta que llegó al punto en el que discutían sobre quiénes, venecianos o florentinos, tenían los atributos sexuales mayores. El florentino Poggio Bracciolini comentó: "Evidentemente, los hombres mejor dotados son los venecianos, puesto que su miembro viril tiene tal longitud que cubre enormes distancias. ¿Cómo se explica si no que, cuando permanecen varios años a cientos de millas de su hogar a causa de sus viajes por mar, se encuentren a su regreso que son padres de dos y hasta tres criaturas?

Rasputín, su muerte y su pene
Para matar a Rasputín y según su propio asesino, comenzó con pasteles y vino cargados de cianuro. Esto pareció no afectarle mucho, por lo que le disparó en el pecho y le dió con su bastón (de plomo) en la cabeza. Después fue arrojado al río Neva. Donde murió ahogado. Antes de esto, le había cortado el pene, que aún hoy se conserva, y que parece ser tan grande como la resistencia de su amo.

La pólvora en Europa y China
La pólvora fue inventada en China en el año 1044 y un siglo después, aparecieron los primeros cañones allí. A Europa llegaron un par de siglos después pero fueron los europeos los verdaderos potenciadores de los cañones. La pólvora se compone de nitrato, carbón y azufre, y el nitrato proviene en su mayoría del estiércol. Los chinos tenían menos animales domesticados que los europeos y por lo tanto, conseguir el nitrato era más complicado, por lo que su pólvora tenía menos nitrato y era mucho menos potente. Así, los europeos ganaron la carrera armamentística del cañón.

domingo, 19 de julio de 2009

Van Gogh “enamorado” de Gauguin, le encubrió tras perder la oreja



Durante más de un siglo, se ha conocido a Vincent Van Gogh no sólo por su pintura, sino por el hecho de que se cortara a sí mismo una de sus orejas en un ataque de locura. Pero un nuevo estudio afirma que fue Paul Gauguin quien le cortó la oreja con una espada tras una disputa entre ambos por una prostituta.

En el libro de los historiadores del arte alemanes Hans Kaufmann y Rita Wildegans se sostiene que fue Van Gogh quien aseguró a todo el mundo que se había mutilado a sí mismo con el fin de proteger a Gauguin ante la posible condena en un juicio.

La historia dice que Van Gogh, pintor impresionista famoso por obras como "Los Girasoles" y "Noche estrellada", se cortó la oreja con una navaja en Arles, Francia, el 23 de diciembre de 1888. Luego, al parecer, la envolvió en un paño y la llevó a una de las prostitutas que frecuentaba en un burdel.

El libro 'La Oreja de Van Gogh: Paul Gauguin y el Pacto de silencio" sostiene que Van Gogh y Gauguin discutieron por una prostituta de nombre Rachel fuera del prostíbulo donde trabajaba. Gauguin, excelente luchador de esgrima, utilizó su espada para cortar la oreja izquierda de Van Gogh.

"Sea como sea la oreja izquierda cayó. No podemos decir si fue deliberado o un accidente. En esta situación, los protagonistas se comprometieron a guardar silencio. Gauguin desapareció, abandonando a su amigo", dice Kaufmann, autor del libro.

Gauguin jamás habló de lo ocurrido porque no quería hacer frente a los cargos y Van Gogh no dijo porque estaba "·enamorado" de Gauguin.

Dos años después de perder la oreja, Van Gogh, a la edad de 37, se suicidó, disparándose a sí mismo. Sus últimas palabras a Gauguin, fueron: "Estás tranquilo, yo voy a estarlo también."

El año después del suicidio de Van Gogh, Gauguin viajó a Tahití, donde pintó varias de sus obras más conocidas. Murió de un derrame cerebral en la Polinesia Francesa en 1903.

Gabriel García Márquez: "La soledad de América Latina"




Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura (1982)

"Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonios más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.
Muchas gracias."

Simone de Beauvour: La voz del feminismo



En el año 2008 se conmoró que hacia un siglo desde el nacimiento de esta filósofa y escritora gala, cuyas premiadas dotes literarias se mantuvieron siempre al servicio de las libertades de la mujer.

"Manipuladora y frágil, intransigente y sumisa, tolerante y celosa. ¿Cómo esta pasionaria logró construir su leyenda entre verdades y mentiras?". Con estas duras palabras de la periodista Aghate Logeart, el semanio galo Le Nouvel Observateur celebró el año pasado el centenario del nacimiento de sus compatriota Simone de Beauvoir. A lo largo del 2008, Francia recordó a la escritora con algunos actos simbólicos y numerosas críticas que revisan con sorprendente frialdad el trabajo filosófico y narrativo de esta férrea abanderada del feminismo y el existencialismo.

Hija de George Beauvoir y Françoise de Brasseur, Simone nació en París el 8 de enero de 1908. Educada en el cristianismo y los modales burgueses, su infancia y juventud discurrieron con aires de normalidad: "Alrededor de la edad de la razón, me veo como una niñita formal, dichosa y bastante arrogante", recuerda en su autobiografía "Memorias de una joven formal".

El primer zarpazo a su mentalidad tradicional se lo dio la Universidad de la Sorbona, donde desembarcó para estudiar filosofía. En aquellas aulas, evolucionó hacia posiciones liberales y renegó de su pasado aburguesado. El impuso para este viraje intelectual se lo dio un compañero de facultad, Jean Paul Sartre. Con apenas 20 años, ambos estudiantes unieron sus vida en una liaison que escandalizó a sus contemporáneos -sin casarse ni vivir en la misma casa- y que sólo la muerte logró romper.

Simone relató a menudo sus sentimientos hacia el filósofo, pero donde realmente lo radiografió es en "La ceremonia del adiós" (1981), libro dedicado a Sartre tras su muerte. Esta historia -"amor necesario", lo llamaron ellos- se mantuvo viva a pesar de que ambos tuvieron otras parejas -"amores contingentes"-. La gran pasión de Beauvoir fue, durante casi 20 años, el escritor Nelson Algren, aunque el norteamericano nunca asumió la devoción de la francesa por el filósofo. "No podría ser la Simone que amas si pudiese abandonar mi vida con Sartre", le convencía la escritora en una carta, pero él no soportó este amour à trois y acabó la relación en 1964.

Recibió el reconocimiento de la crítica con las novelas y la adhesión del público femenino con el ensayo.

Con tan solo 21 años, Simone se había convertido en la profesora de filosofía más joven de Francia, una actividad que abandonó durante la Segunda Guerra Mundial para dedicarse por completo a la escritura. En 1943, se unió a la Resistencia francesa y publicó su primer libro, "La invitada", en el que ya abordaba uno de sus temas recurrentes: la libertad y la responsabilidad individual. Las novelas siguieron apareciendo existosamente en el mercado hasta que, en 1954, obtuvo el acreditado Premio Goncourt con "Los Mandarines". Sin embargo el prestigio internacional de Beauvoir procede más de su pluma como ensayista y filósofa que de la ficción literaria.

Tras la contienda internacional, Simone participó junto a Sartre en la fundación de la revista "Les Temps Modernes". "Nos animaba un mismo proyecto y queríamos dar testimonio de todo lo que nos rodeaba", recordaría la francesa años más tarde. Aquella publicación fue el púlpito desde el que difundió con ahínco las bases filosóficas del existencialismo y el soporte en el que la escritora comenzó a esbozar su escritura engagée o comprometida.

En 1971, Simone firmo en "Le Monde" el polémico "Manifiesto de las 343", un texto en el que aquellas mujeres reconocían haber abortado alguna vez.

Esa obligación moral prioritaria de Simone de Beauvoir era la mujer; su redefinición en el siglo XX y su ubicación en la sociedad actual. La escritora plasmó estas reflexiones en "El segundo sexo" (1949), considerado una de las obras fundacionales del feminismo moderno y cuyos argumento se resume en el ya célebre pensamiento: "No se nace mujer, se llega a serlo".

El libro enfureció a los sectores conservadores, pero fue un rotundo éxito de ventas y convirtió a Simone en abanderada de los derechos de la mujer moderna.

Desde aquel momento alternó la publicación de exitosos libros -"Una muerte muy dulce" (1964) o "La vejez" (1971)- con conferencias por el mundo, reivindicando las libertades femeninas, como el aborto. Uno de sus compromisos más polémicos fue su firma en el "Manifiesto de las 343", publicado en "Le Monde" en 1971, en el que aquellas mujeres reconocían haber abortado.

Permaneció fiel a sus principios, hasta que falleció el 4 de abril de 1986 en París.

sábado, 18 de julio de 2009

Piotr Ilich Tchaikovsky



1840
*Piotr Ilich Tchaikovsky nació en Votkinsk, ciudad rusa cercana a los Urales, el 7 de mayo del 1840 según el calendario de la época (que corresponde al 25 de abril según el actual).

Ilia Petrovich, su padre, que descendía de una familia de hidalgos sin tierra, habia estudiado en la Escuela de Minas, yí fue nombrado director de la fábrica de Votkinsk, cargo que le supuso un gran incremento de ingresos; tras enviudar se casaría en 1833 con la que sería la madre del futuro compositor, nieta de emigrantes franceses, y la que el artista veneraba.

*La familia tuvo seis hijos: Nikolai, Piotr, Alexandra, Ippolit, Modest y Anatoli, aunque Tchaikovsky comúnmente se refiere a ellos como Kolia, Sasha, Polia, Modia y Tolia, apelativos coloquiales en Rusia.

El pequeño Piotr (o Petia) empezó a componer según sus propias palabras “en cuanto supe qué era la música”; ya con cinco años volcaba al piano las arias de ópera que escuchaba en el orchestrión (órgano mecánico), y sus primeras impresiones musicales están relacionadas con el canto de su madre y con las canciones populares de Votkinsk.

1848
En ese año, tras la jubilación de su padre, la familia vuelve a San PetersburgoUna figura importante en la infancia de Tchaikovsky fue su institutriz Fanny Dürbach, que cuando pequeño le animaba y encaminaba en el amor por la música. Ya lejos de su hogar, el joven Piort le comenta en una carta que “nunca estoy lejos del piano; me alegra cuando estoy triste en San Petersburgo "

Tchaikovsky empezó a tomar clases de música con Filipov; dedicándole mucho tiempo al piano. El muchacho era un niño nervioso y toda esta actividad fue demasiado para él, con lo que cayó enfermo; prohibiéndole los médicos que volviera a tocar el piano. Con el tiempo poco a poco fue desapareciendo su enfermedad nerviosa, pero el ya adolescente siguió siendo poco sociable.
Entre tanto, Tchaikovsky se preparaba en la Escuela de Jurisprudencia, sin mucho entusiasmo (tal y como Schumann también había hecho); y no se dedicaba en serio a la música. Pero siendo su padre partidario de que siguiera sus estudios musicales - al fin y al cabo no debía abandonar algo que le gustaba tanto y se le daba tan bien - para lo que contrató a un profesor, el señor Rudolf Kündinger, quien abrió al niño nuevos horizontes musicales.

1854
A los catorce años sufre Tchaikovsky una tremenda pérdida: la muerte de su madre a causa del cólera, hecho que añadió una depresión a sus crisis nerviosas; poco después, su padre también enfermó de cólera, y todos se temieron lo peor, pero afortunadamente, el cabeza de familia se restableció a la semana.

1856
En este año, con Tchaikovsky escucha por primera vez el Don Giovanni de Mozart, pues antes sólo conocía ópera italiana, quedando deslumbrado por la fuerza, riqueza y sutileza del compositor. A partir de ese momento, no se cansará de alabar al músico austriaco, convirtiéndolo en modelo de belleza, frente a las óperas italianas que prácticamente monopolizaban la escena rusa en ese tiempo; aún así, no conocía a Schumann e incluso nunca habia escuchado muchas de las sinfonías de Beethoven.

Es también alrededor de esta época cuando Tchaikovsky empezó a sentirse más unido a sus hermanos pequeños, los gemelos Anatoli y Modest; éstos se habían quedado huérfanos a muy corta edad, y Piotr, conociendo la importancia del cariño de una madre, quiso ser para ellos el apoyo afectivo del que carecían.

1859
Tras cinco años centrado en los estudios, tanto academicos como musicales,, Tchaikovsky finalizó Derecho, convirtióndose en oficial del Ministerio de Justicia en 1859.

1863
Poco a poco también Tchaikovsky reconsideraría su vocación; su trabajo no le satisfacía, aunque no estaba seguro de ser demasiado mayor para estudiar música seriamente; “han hecho de mi un funcionario, y un mal funcionario además” diría el compositor. De todos modos, no es hasta que tiene veintitrés años cuando decide dejarlo todo por la música, a instancias de su padre y de un poeta amigo suyo, Apushtin, aún malogrando las esperanzas de su familia de que hiciera carrera en el Ministerio de Justicia; logra matricularse en el Conservatorio de San Petersburgo, y poco después abandonaría su puesto de funcionario.

Musicalmente era un buen improvisador, con gran sentido de la armonía, pero sus conocimientos hasta entonces eran limitados, incluso se sorprendió cuando un primo suyo le dijo que podía modularse de una tonalidad a otra. Como estudiante de música compensaba sus carencias con una enorme capacidad de trabajo: en cierta ocasión Anton Rubinstein, le pidió unas variaciones, y el joven se quedó despierto toda la noche hasta componerle doscientas; esta facilidad se pondría de manifiesto en su Trío, en el que un tema folclórico ruso se transforma sucesivamente en un vals, una mazurca e incluso una fuga.

Anton Rubinstein era un gran pianista y el director del Conservatorio de San Petersburgo. La primera vez que oyó hablar de él fue a su profesor, el señor Kündinger, que le contó que había escuchado al pianista Rubinstein que acababa de regresar del extranjero. Poco después, excitado por la curiosidad, fue a escucharlo y cuenta que quedó sorprendido por la “manera” en qué tocaba, por el espectáculo visual que suponía.

1866
El compositor se traslada definitivamente a Moscú, y empieza a dar clases como profesor de Teoría de la Música en el nuevo conservatorio creado por Nikolai Rubinstein, del que habla como un hombre bueno y agradable, aunque la relación entre ambos tendría luego altibajos.
Sus primeros intentos de composición no fueron satisfactorios, y quemó varias partituras. Tras varias obras primerizas, oberturas y algunas danzas, se decide a componer su Primera Sinfonía y concibe nuevos proyectos acerca de una ópera, El Voivoda.

En San Petersburgo Tchaikovsky entró en contacto con el llamado Grupo de los Cinco (Balakirev, Rimsky-Korsakov, Mussorgsky, Borodin y Cui), en una velada musical en casa de Balakirev, al que había conocido antes en Moscú.

Los miembros del grupo no estaban predispuestos hacia las composiciones de Tchaikovsky, ya que en sus obras hacía uso no sólo de la canción campesina, sino también del folklore urbano. Consideraban a Tchaikovsky ecléctico y cosmopolita, le reprochaban que su música no era realmente rusa, y sobre todo, no podían perdonarle el que estuviera vinculado al Conservatorio, al que veían contrario al elemento popular; sin embargo, y tal y como decía Igor Stravinsky, lo ruso es una esencia natural en Tchaikovsky.

Para Tchaikovsky, estos compositores tenían talento, pero se mostraban presuntuosos y con aires de superioridad; no comprendía los intentos de reforma de Mussorgsky y no le gustaba su música, aunque admitía que el compositor de Boris Godunov tenía mucho talento. A Cui lo veía como a un amateur con talento; igualmente Borodin, que dedicado a la ciencia no desarrolla todas sus virtudes. El único de los miembros del Grupo a quien Tchaikovsky estimaba realmente era a Rimsky-Korsakov, que se daría cuenta que la técnica también es importante en el arte de componer.

Aunque en desacuerdo con ellos, Tchaikovsky se interesó por la canción campesina, con lo que siempre que iba a San Petersburgo se relacionaba con ellos. Fue entonces cuando le dedicó su fantasía sinfónica Fatum a Balakirev, el más despótico dirigente del Grupo, que se mostró muy crítico con la pieza.Conoce también Tchaikovsky a otros de sus grandes contemporáneos, entre los que encontramos a Turgeniev, Tolstoi, Berlioz, Liszt, Saint-Saëns y Wagner.

Sigue componiendo, con una gran variedad de obras de todos los tipos, desde óperas a cuartetos de cuerda, sus sinfonías nº2 y nº3, y otras obras como La tempestad, el poema sinfónico Francesca da Rimini, Romeo y Julieta y el magnífico Concierto para Piano nº1.

En cuanto a su vida amorosa, en su juventud se relacionó con muchachas de buena familia. Afirmó estar un poco enamorado de una tal Sofía Herngross, y más tarde dedicó sus primeras composiciones a Vera Davidova. En otra ocasión confesó estar prendado de Mufka Tarnovki, pero su reacción ante las muchachas nunca tuvo pasión física, pues al igual que su hermano Modesto, era homosexual y ello le hacía muy desgraciado; las murmuraciones le asociaban con muchos estudiantes del Conservatorio, y es probable que Vladimir Shilovski y su sobrino Vladimir Lvovich Dadivov (Bobik) hijo de su hermana Alejandra, a quien le dedicó su sinfonía Patética, hayan tenido relaciones con Piotr Tchaikovsky.

Esta no aceptacion de sus impulsos eroticos y la represión de los mismos en una sociedad muy cerrada, le dio a su vida y a su música un matiz sombrío, sensual, introspectivo, triste, romántico y lastimero que lo distingue de sus compatriotas pues la música rusa es muy objetiva, llena de ritmos alegres de danza; aunque a veces logra olvidar su drama y componer obras de brillante colorido y con aires de danza.

1869
Piotr Ilich Tchaikovsky sabía que necesitaba casarse para satisfacer los deseos de su padre y por su propia reputación; así que cuando conoció a una cantante, Desirée Artot, nieta de un músico francés notable, estando de gira con una compañía en Moscú, se propuso unirse a de ella y por este motivo le escribió una carta a su padre fechada el 7 de enero de 1869 donde le comunicaba su deseo de casarse en ese verano y en donde dice textualmente "la amo con toda mi alma y no podré vivir sin ella"; pero al continuar Desirée su gira por Varsovia, conoció a un barítono español, Mariano Padilla y se casó con él.

1876
En una carta a su hermano Modesto del 10 de Octubre de 1876 escribe Tchaikovsky "hay personas que no pueden remediar el despreciarme a causa de mi vicio………. Deseo, por medio del matrimonio o de algún otro lazo público con una mujer, cerrar la boca de esas despreciables criaturas."

1877
En Marzo de 1877 conoce a dos mujeres que iban a influir en su vida; una de ellas, Antonina Ivánovna Milrkova, estudiante del Conservatorio, con quién desgraciadamente se casaría, y la otra, su benefactora, la rica viuda Nadezhda Filaretovna Frolovskaia Von Meck con quien mantuvo una amistad epistolar que duró catorce años.

En Abril o Mayo de 1877 Tchaikovsky recibió una declaración de amor de una alumna del conservatorio, Antonina Milyukova, que decía haberlo conocido aunque el compositor no la recordaba; a ésta siguieron otras cartas, incluida una amenaza de suicidio si él no iba a verla.

Tchaikovsky la visitó y le dijo que no podía amarla... todo hubiera quedado ahí si en esos momentos no se encontrara inmerso en el proyecto de una nueva ópera, Eugene Oneguín, pues se vio a si mismo como el desconsiderado personaje de Onegin rechazando a la joven Tatiana.

Así, de una forma impulsiva, a la semana de conocerse se prometieron, casandose el 18 de Julio de 1877.

El matrimonio fue una pesadilla desde el principio; según el propio Tchaikovsky: "Su cabeza [de Antonina] están tan terriblemente vacía como su corazón: nunca en presencia mía expresó la menor idea ni dio el menor signo de sentimiento o emoción, aunque he de admitir que siempre fue amable conmigo. Ni una sola vez mostró el menor deseo de saber lo que yo hacía, cuál era mi trabajo, cuáles mis planes, que leía yo, en que consistían mis gustos intelectuales y artísticos. No conocía ni una sola nota de mi música. [...] Permanecí dos semanas en Moscú con mis esposa. Fueron dos semanas de continua, absoluta e insoportable tortura moral. Caí en la desesperación. Deseé morir; me parecía la única salida. Empecé a vivir momentos de locura en los cuales mi mente se llenaba de un odio tan perverso hacia mi infortunada esposa, que la hubiese estrangulado".

En esta tormenta de desesperación, Tchaikovsky intentó quitarse la vida de manera que nadie pudiera sospechar que se trataba de un suicidio, así que se lanzó a las aguas del Moscova, para pillar una pulmonía... pero ni siquiera llegó a resfriarse. Finalmente su hermano Anatoli se lo llevó al extranjero, ante la insistencia de los médicos.Pasó un mes en Clarens, Suiza, y tras una breve visita a Paris, marchó a Italia; su relación con Nadezhda Filaretovna von Meck, la rica viuda que fue su mecenas durante años, también comenzó en esta época, y no podía haberlo hecho en mejor momento.

Nadezha Filaretovna era la mujer más rica de Moscú. Tras la muerte de su esposo se dedicó a sus once hijos, a la música y a la protección de músicos, y nunca tuvo una conversación cara a cara con Tchaikovsky, pues ella así lo quiso.

Comenzó encargándole una pieza para violín y piano y continuó ayudándolo económicamente durante catorce años, dedicandole Tchaikovsky su Cuarta Sinfonía, en reconocimiento a tanta generosidad y apoyo.

1879
Siete más tarde, siendo profesor del Conservatorio, compone su "Primera Sinfonía" y dos después "El Voivoda", su primera ópera, que se estrena en el Teatro Imperial de Moscú. En 1879 "Eugene Oneguín" que, con "La Dama de Picas", en el 90, ascienden a los lugares preeminentes en una relación que se completa con otros siete capítulos. No muchos, cuando la fecundidad del artista en otros campos, en el sinfónico, la música de cámara y el ballet es tan grande .

Quizá sea "Eugene Oneguín" la obra maestra del teatro entre sus creaciones. La califica de "drama lírico íntimo", porque se propone describir y reflejar fundamentalmente los caracteres de los personajes. Se inspira en un libreto de Pushkin. Desde el lento, obsesivo preludio, con un melancólico tema en el que se mece destacarse la figura de Tatiana, sin duda la más entrañable y completa, la mejor servida con una larguísima, excepcional aria, nos sentimos captados por esta música dulce, nostálgica, expresiva.

1881
Protegido ampliamente por madame Von de Meck, con la que habia establecido relacion gracias a Nicolás Rubinstein, serán dos largos lustros los que, a partir de 1881, pueda emplear el artista en realizar viajes, relacionarse con los círculos musicales lejanos a su país y, al decir de sus detractores, europeizarse, cuando es el hecho que el dominio formal, el respeto a normas imperantes no impide que brille, con sello y fulgor propio, el orientalismo que entraña en sus obras.

En 1881 murió Nicolai Rubinstein, a cuya muerte Tchaikovsky compuso su único Trío con piano, a pesar de que tiempo antes había manifestado su desconfianza hacia este género.

1885 -1888
En este año compuso la Sinfonía Manfred, y la Quinta Sinfonía tres años después, en 1888.

1890
La Dama de Picas, su ópera más conocida junto con Eugene Oneguín fue compuesta en 1890. Éste es el año de su ruptura con la señora Von Meck, debido a causas que se conon muy bien: al parecer, aquélla se encontraba sin fondos, pero Tchaikovsky le insistió que esto no era ningún problema (por aquel entonces ya era económicamente independiente); sin embargo ... También se dice que la señora Von Meck se sintió reflejada en la Condesa de La Dama de Picas.

En estos años su fama creció rápidamente; visitó la mayoría de las capitales europeas dirigiendo sus obras; para ello tuvo que superar su terrible timidez a la hora de coger la batuta: sin embargo, él mismo se sorprendió de lo cómodo que se sentía dirigiendo.

1891
En 1891, año de la composición de El Cascanueces, viajó a Estados Unidos y dirigió en la inauguración del Carnegie Hall.

1893
Su última sinfonía, la Patética, fue estrenada en San Petersburgo el 28 de Octubre de 1893, sólo nueve días antes de la muerte del compositor. Las causas de ésta muerte no están del todo claras: la versión oficial es que Tchaikovsky bebió un vaso de agua infectada de cólera; sin embargo más tarde se han desvelado motivos más oscuros.

Tchaikovsky habría sido convocado a una reunión de sus antiguos compañeros de la Escuela de Jurisprudencia; al parecer Tchaikovsky mantenía relaciones con el sobrino de uno de ellos, y en aquella reunión un tribunal de honor dictó que debía suicidarse si no quería que la cuestión se hiciese pública. Según esta versión, el suicidio se llevó a cabo con arsénico (otros dicen que bebió el agua infectada a propósito)

Sea como fuere, el 6 de noviembre fallecia uno de los más grandes compositores del siglo XIX; siendo enterrado en el cementerio Alexander Nevsky, de San Petersburgo.

viernes, 17 de julio de 2009

Oscar Wilde



WILDE Y DOUGLAS
EL RETRATO DE UNA PASIÓN

Si el poeta de la "Divina comedia" llegó al paraíso tras vagar errático por el infierno y el purgatorio, OscarWilde y Lord Alfred Douglas hicieron el recorrido inverso. Sus días felices se saldaron con una tragedia que les obligó a purgar sus excesos.


*"Todos los hombres matan lo que aman... Unos matan su amor cuando son jóvenes y otros cuando son viejos; unos lo ahogan con manos de lujuria, otros con manos de oro... Unos aman muy poco, otros demasiado, algunos venden y otros compran; unos dan muerte con muchas lágrimas y otros sin un suspiro; pero aunque todos los hombres matan lo que aman, no todos deben morir por ello". De este modo consideraba Wilde la naturaleza del amor mientras expiaba las heridas de sus fatales dardos, en una larga balada escrita tras abandonar la cárcel de Reading (Gran Bretaña). La pasión que le había herido de muerte respondía a un nombre: Lord Alfred Douglas.

*Oscar Wilde tenía 37 años, esposa, dos hijos y un lugar más que privilegiado en el mundo literario, cuando el joven Alfred vino a teñir de tragedia la brillante comedia que Wilde se había propuesto representar hasta el fin de sus días.

**Alfred vio en Oscar a un ingenioso caballero y éste tomo su belleza impoluta como fuente de inspiración

*El encuentro sucedió durante el verano de 1891. Alfred, que apenas contaba 20 años, se dejó ver una tarde entre el círculo de escritores imberbes que frencuentaban la residencia de Oscar, en el barrio londinense de Chelsea. Después de haber leído por enésima la novela recién publicada de Wilde, "El retrato de Dorian Gray", Alfred pidió a un amigo común que le llevara a una de estas reuniones para conocer al autor. Wilde vio inmediatamente en el apuesto joven "de aspecto jovial, áureo y encantador", el álter ego de su Dorian Gray: un hombre que jamás perdería la belleza y juventud, porque los años y los vicios no estropearían su imagen; en lugar de ello, su retrato oculto iría adoptando una expresión atroz. Douglas, por su parte encontraría en Oscar al "más caballeroso amigo en el mundo".

*La escasa atracción mutua de aquel encuentro se alimentó del gusto que ambos sentían por el placer, el esteticismo y el derroche. Todo un alegato de "virtudes" propias del movimiento decadentista francés que, a medio camino entre lo divino y lo diabólico, hizo mella en la Inglaterra victoriana de fines del siglo XIX. El representante más carismático de los decadentes británicos no era otro que Oscar Wilde.

*Pero las circunstancias de maestro y pupilo eran bien distintas. Wilde había llegado a la cumbre de su carrera por méritos propios. Con un brillante historial académico, hizo de sus excentricidades en el vestir, sus agudas conferencias y sus escritos, un articulado trampolín desde el que cayó con insultante sinceridad moral, en los salones de la estrecha sociedad victoriana. Sus trabajos eran esperados con ansiedad y le proporcionaban buenas rentas. Y, pese a que algunos detractores catalogaban de inmorales sus agudos análisis sobre la conducta humana, había logrado poner a sus pies al exigente público londinense.

*El ocioso joven Douglas, por su parte, descendiente de la nobleza escocesa, creció siempre entre dinero, influencias y una legión de sirvientes. Su padre, el octavo marqués de Queensberry, el belicoso John Sholto Douglas, al que curiosamente se deben las reglas que rigen el boxeo, iba a ser el acicate de la tragedia que viviría la pareja. Cuando Alfred conoció a Wilde, estudiaba en Oxford, escribía poemas y se encargaba de la edición estudiantil de una revista literaria.

**Paraíso

Los dos amigos comenzaron a intimar cuando, en la primavera de 1892, Douglas pidió al escritor que le salvara de un chantaje. Probablemente, había algún objeto que le involucraba fruto de una imprudente relación con un amante "profesional". Alfred no era ningún inocente. Wilde se trasladó inmediatamente hasta la residencia del chico y, tras pasar juntos el fin de semana, dio instrucciones a su abogado para que resolviera el asunto. A partir de entonces, empezaron a verse cada vez con más asiduidad en sus respectivas casas y en hoteles, y a viajar juntos. Wilde no escon´día el interés que sentía por el joven, le pedía que comiera y cenara con él, le enviaba cartas y regalos: "Bosie (apelativo familiar de Alfred) ha insistido en que vengamos a tomar aqui nos sandwiches" - escribe Oscar a su amigo Robert Ross desde el Hotel Royal Palace de Kensington-. "Es un lirio irreprochable... está fatigado, yace como un jacinto en el sofa y yo le venero"·

*La esposa del escritor; Constance Lloyd, aún no era consciente de hasta dónde había llegado la relación de su marido con Alfred, y pensaba que éste era uno más de su extasiado círculo de admiradores. Y de algún modo, ellos tampoco. Como contaría más tarde Douglas en su autobiografia: "La devoción que sentía por Oscar, no estaba fundada, ciertamente, en una admiración física. Yo le amaba porque era brillante y maravilloso... su inteligencia y el hechizante encanto de su conversación superaban por completo las desventajas de su apariencia".

*En esta borrachera de exaltación mutua, los amantes se juntaban para disfrutar de la vida, haciendo gala de un "estético" derroche, en suntuosas mansiones, en los grandes hoteles como el Savoy, que Oscar alquilaba para escribir, en el prestigioso Café Royal o en el burdel de su amigo Alfred Taylor. Pero aquellos excesos pronto iban a mostrarles su doble filo. La primera pelea tuvo lugar a principios de 1893. Bosie despilfarraba el dinero antes de haber aprendido a ganarlo y comenzó a descuidar sus estudios en Oxford. Oscar veia que el joven iba directo a la deriva y trató de poner límite a su despreocupación.

*Aquello provocó más de una discusión: "amadísimo entre todos los muchachos" -le escribía Wilde en una carta- "tienes que dejar de hacerme escenas, me matan, destrozan la belleza de la vida, no puedo verte, tú que eres tan griego, tan elegante, deformado así por la pasión; no puedo escuchar de tus labios carnosos cosas desagradables, no lo hagas, me partes el corazón...". La relación pasaba ahora por un tira y aflojada; cada tres meses, según los cálclos de Wilde, se producía una ruptura, a la que seguía una reconciliación. Bosie no cesaba de reclamar atención. Para mantenerle ocupado, Oscar le invitó a casa a traducir su "Salomé" francesa; el trabajo fue un desastre. El escritor se quejaba de que la obsesiva presencia de Alfred le impedía escribir, pero lo cierto es que durante el tiempo que estuvieron juntos Wilde produjo sus mejores comedias.

*La madre de Bosie habló con Wilde sobre la actitud del joven con respecto a su porvenir y ambos acordaron que el muchacho pasara una temporada en Egipto. Oscar, que no concebía la distancia entre literatura y vida real, le escribía allí cartas de un lirismo exarcerbado: "Londres es un desierto sin tus delicados pies... no tengo palabras para expresar todo lo que te amo".

** INFIERNO

Al regreso de Egipto, Bosie tuvo una discusión con su padre. El marqués, que en un principio había sucumbido a la elocuencia y el ingenio de Wilde, comenzó a alarmarse por la relación que mantenía con su hijo: "Tu intimidad con ese Wilde debe cesar o te repudiaré y dejaré de darte dinero". Aquello era una novedad pues, según se quejaba Bosie, su padre "jamás prestó a sus hijos ni la mitad de atención que mostraba por sus perros y caballos"·. Nada de esto impidió que la pareja se fuera de viaje a Argel. Las cosas empeoraron cuando el hermano mayor de Bosie, Lord Drumlanrig, murió en un sospechoso accidente de caza, después de haber circulado el rumor de que había mantenido relaciones con el primer ministro británico Rosebery. Aquello incitó al marqués a emprender una cruzada para salvar a su hijo pequeño. Intentó sabotear el estreno de la nueva obra de Wilde, "La importancia de llamarse Ernesto", y como no lo consiguió, dejó una carta en el Club de Wilde, en la que le acusaba implícitamente de sodomita.

*"La torre de marfil es atacada por la repulsiva caricatura", se quejaría Wilde en una carta a su amigo Ross. Harto de las persecuciones y azuzado por Bosie -deseoso siempre de enfrentarse a su padre, "que siempre había tratado de forma infame a su angelical madre"-, Wilde dio instrucciones a sus abogados para que obtuvieran una orden de arresto contra Queensberry por libelo criminal.

**Descenso y caída: Oscar es juzgado y condenado a dos años de prisión. Alfred deja Londres.

*Pero aquella decisión se volvería en su contra. El marques fue considerado inocente al actuar "en defensa del bien público". Y, además, consiguió que Wilde se sentara en el banquillo. Una enmienda a la ley de aquel año 1895 convertía en criminal cualquier persona que hubiera cometido un acto de "flagrante indecencia" y así fue intrepretada en el juicio la relación que Oscar supuestamente había mantenido con personas de su mismo sexo.

*La doble moral victoriana que el escritor ridiculizaba en sus obras se cobraba ahora la venganza. Tras un controvertido juicio, el veredicto fue implacable: dos años de trabajos forzados. En el tiempo que precedió a la causa, Bosie visitó a Oscar casi a diario. "La lástima y la compasión intesificaron mi amor por él", escribiría en su autobiografia. Oscar, por su parte, protegió a Alfred negándose a presentarle como testigo frente a su padre y obligándole a refugiarse en Europa. Más tarde reconocería: "Me hubiera gustado que protestaras contra la interpretación dada por tu padre a nuestra amistad".

*Los amigos más cercanos del escritor le aconsejaron que saliera de Inglaterra antes de que fuera demasiado tarde, pero Wilde eligió enfrentarse a la acusación. Durante el proceso, escribió delirantes cartas a Bosie asegurándole que la prisión sería una prueba más de la fortaleza de su pasión: "Aún cubierto de fango te adoraré, desde el más profundo de los abismos te llamaré... Has sido el supremo amor de mi vida, el único perfecto".

**PURGATORIO

*En la cárcel, Wilde se abandonó al dolor: Lo había perdido todo: su casa, su obra, su dinero, la mayor parte de sus amigos y su familia. Enfermo, hambriento, sometido a las duras condiciones de la prisión y abrumado por la noticia de la muerte de su madre, culpó de todo a Alfred. En una carta escrita a su amigo Ross le pidió que recuperara los regalos que había hecho a Bosie y cualquier objeto que en un futuro pudiera comprometer la reputación de los hijos del escritor: "La idea de que lleve puesto algo de lo que le regalé me repugna... Me empujo al abismo de la ruina y la deshonra para satisfacer el odio que sentía por su padre y otras pasiones innobles. Ha destrozado mi vida".

*Douglas, ajeno a tales acusaciones, se compadecía del sufrimiento de Wilde y culpaba de todo a la hipocresía inglesa. Un Oscar más sereno escribiria desde su encierro una larga carta a Bosie que se convertiría en una obra maestra, "De profundis". En ella, admitía la parte de culpa que le correspondía y animaba a Alfred a que hiciera lo mismo: "El vicio supremo es la superficialidad. Todo lo que se comprende está bien".

*Tras ser liberado, en 1897, el escritor abrió su corazón de nuevo a Bosie: "me resulta muy triste la idea de que el odio, la amargura y el desprecio deban ocupar para siempre el sitio que en mi corazón perteneció una vez al amor". Pero lo que Oscar deseaba comprobar, más que otra cosa, era si el muchacho sguía sintiendo la misma admiración por él, ahora que era poco menos que un paria. Ambos comenzaron a escribirse. Bosie pedía un encuentro, pero Oscar temía las consecuencias jurídicas. Sus respectivos familiares habían amenazado con retirarle cualquier tipo de rena, si reanudaban su relación. Incluso, la indulgente Constance anunció a Oscar que le prohibiría ver a sus hijos si lo hacia.

*Pese a todo, los amantes volvieron a verse. Estuvieron juntos en Nápoles unos meses, en los que las discusiones fueron frecuentes. El encanto del pasado se estaba muriendo. En su autobiografía Bosie recordará: "Wilde siempre sostuvo que su amor por mí fue ideal y espiritual". A su salida de la cárcel le acusé de que éste no era realmente el caso y que había otro aspecto en la relación. Él dijo: "Ah, eso fue algo tan pequeño y sólo por accidente; en esencia siempre fue una busqueda del ideal y por último se tornó en algo totalmente ideal".

*Tras aquellas vacaciones juntos, Alfred volvió a Inglaterra ansioso por publicar sus poemas y hacerse un hueco en el mundo literario sin la sombra de su mentor. En tanto que Oscar fijó su residencia en París, donde Bosie le visitaría varias veces. Una herida mal curada en el oído a consecuencia de una caída en la prisión, le hizo guardar cama. En una cena que compartieron el 12 de agosto de 1900, Oscar le dijo a Alfred que no viviría para ver el comienzo del nuevo siglo. Pero nada hacía presentir aquello, por lo que al día siguiente Bosie salió de viaje a Escocia. No volveria a verlo con vida. El 30 de noviembre de aquel mismo año moria Wilde. A los pies de su cama se encontraba su fiel amigo Robert Ross. Alfred regresó de su viaje en cuanto se enteró de la noticia, justo a tiempo para hacerse cargo de todos los gastos del entierro.

**ALFRED DOUGLAS TUVO QUE ENFRENTARSE A LA VIDA SIN OSCAR WILDE. DEL RESENTIMIENTO PASÓ A LA COMPRENSIÓN.

*Dos años después de la muerte de Wilde, Douglas rehizo su vida sentimental y contrajo matrimonio con la poetisa británica Olive Eleanor Custance, quien le dio un hijo. Con el tiempo se convirtió en un activo reaccionario -Wilde siempre le acusó de haber heredado el carácter belicoso de su padre-, dilapidó su herencia y tuvo una vida llena de juicios, uno de ellos por difamar a Winston Churchill. Incluso, pasó por prisión, experiencia tras la cual escribió "In Excelsis" un poema que respondía claramente a "De profundis", en el que no trataba muy bien a su antiguo amante. Sin embargo, en los últimos años volvió a admirar a Wilde y defendió su memoria hasta el día de su muerte, en 1945.

*Cabe preguntarse si Oscar hubiera seguido amando a Bosie, cuando éste perdió su belleza y juventud. El escritor jugó siempre con ventaja en esto. Estaba su obra inmortal. En realidad, Wilde siempre vivió la vida como una proyeccón de su creación literaria. Hasta en su reclusión concibió una obra poética, "La balada de la cárcel de Reading". No hay duda de que hizo honor a su máxima, puesta en boca de un personaje de "El abanico de Lady Windermere": "Todos estamos en la cloaca, pero algunos miramos a las estrellas".